Poco esperaba escuchar en mis clases universitarias el nombre de Langa de Duero. Primero, oírselo pronunciar a mi profesora de Historia Medieval como una de las poblaciones de las que fue alcaide Rodrigo Díaz de Vivar y donde estuvo preso Enrique Enriquez, hermano del almirante de Castilla; luego, a Santiago Lacuesta, en la de Historia de la Lengua Española, citando a Rafael Lapesa, como uno de los escasos vestigios de la lengua ligur en España.
Poco lo esperaba, porque para mí Langa de Duero es mirada de infancia, correrías de adolescencia, retazos de juventud y evocación nostálgica en la edad adulta, trufada de ensoñación por lo que deseas transmitir a tu hijo sobre esa tierra de Duero, alamedas, campos de mieses, montes con roquedales de caliza y vid.
No, yo no nací en Langa, pero desde mi primer año de vida he sentido sus calles, su castillo, su puente, sus gentes, como míos. Lo eran de mi padre, lo son de mi hijo.
Langa fue, es y será paseo por la orilla del río en que aprendí a nadar; puente medieval que atravesar con la bicicleta para ir a los huertos a “coger” manzanas verdes de las que disfrutar de esa acidez temprana; camino que me lleva a Castillejo de Robledo (otro pueblo de mis ancestros) para escuchar la leyenda del Cid en la bodega, a la luz de la hoguera, mientras se asan unas chuletas.
En mi mirada
Langa es, en mi mirada, rebaños de ovejas atravesando el puente mientras los chiquillos nos tapábamos la nariz en la época en que proliferaron las fiebres de Malata. Es subir a la torre altiva en su soledad de murallas perdidas a merendar y escuchar fascinada a un joven (nunca sabré si del pueblo), relatándonos a los chavales, que como muchas tardes habíamos ido a escalar el castillo, las batallas que musulmanes y cristianos protagonizaron por la zona. Es para los ojos de la memoria, escapadas al Pico “Lorca” (seguramente una ultracorrección lingüística del lugar donde se situaba la horca en que se ajusticiaba a los delincuentes cuando la torre era fortaleza) para dar esas primeras caladas prohibidas, ocultos de las miradas de nuestro mayores y oteando la ribera desde las cárcavas de caliza que lo coronan.
Langa son calles y callejas descubiertas con los ojos de la niñez que juega al plano. Es sonido de “tilines” anunciando la llegada del tren correo con las cartas de mi padre desde mi ciudad de “gata”. ¡Cómo me enfadaba de niña cuando me decían que no era langueña!
Langa es el lugar donde quedó mi padre. La tierra donde irá mi madre y el lugar donde yo espero fundirme con sus álamos, su río y su cielo de azul intenso y violetas atardeceres.
Muchas gracias a Maria del Carmen Pastor Cuevas por esta mirada diferente y por querer participar en nuestro blog.
¡Qué maravilla de artículo! Cuando se escribe con el corazón, se nota.
Yo descubrí Langa de Duero en el 2000, y desde entonces no he dejado de ir. El entorno sus gentes y la familia Arrabal Rioseco.
Precioso y certero resumen de mi pueblo. Gracias!!!!
muy bonito
A. Llorente
Soy ascensión nieta de Domicio y claro recuerdo la calle del rio y el castillo, los huertos q amigas gracias