Soria, pueblo a pueblo: Boós

Hablar de Boós es hacerlo de la fuente, y del camino verde salpicado de margaritas que conduce hasta ella, de la iglesia y el voltear de sus campanas, del humilde y atrevido río Sequillo, de veredas y cerros, de espacios mágicos, de recias gentes que aguantan el frío y la soledad, nos abren sus puertas, y cuidan del pueblo en los largos días de invierno.


Es recordar el Ayuntamiento, ya desaparecido, la Ermita de San Lorenzo, y la poza donde se lavaba, de las que quedan vestigios, “Las Pesebreras”, fuente reducida a un pequeño fragmento, y otras diseminadas por los campos, que saciaban la sed de los segadores. Es admirar enebros anchos y vigorosos, como el del camino de Bayubas, el “Enebro quemado”, que un rayo partió por la mitad, o los del Carrascal que transmiten serenidad y energía.

Naturaleza

De pequeña caminaba con mi padre por el monte: horas sin ver más que pinos y enebros, gozando del viento que traía aromas de espliego y de tomillo. A mi madre le gustaban más los espacios abiertos. Así conocí la diversidad de esta aldea que atesora paisajes diferentes, maravillosos y únicos, descubrí “La Hoz”, encajada entre riscos y desfiladeros, “La Cruz del Carrascal” desde donde se divisan horizontes inmensos, “La Pedriza”, con enormes piedras grises tamizadas de musgo, y me asomé, en el centro del municipio, al balcón del pórtico, de hermosas vistas, fresca sombra, y amplitud para celebrar fiestas y reuniones.


Se extiende mi añoranza a las personas que marcharon: unas por imperativo de la edad, y otras, demasiadas, que partieron prematuramente, dejándonos sumidos en el dolor y el desconcierto. Y hay más, muchos más recuerdos, miles, impregnados en el alma y la retina.

Entrada a Boós
Entrada a Boós

Muchas gracias a Cristina Jimenez  por escribirnos sobre su pueblo Boós con tanto cariño y pasión.

Iglesia de Boós
Iglesia de Boós